martes, 8 de abril de 2014

I Pregon de Semana Santa



Tras la Celebración de la Eucaristía y dentro de los actos de la novena, el sábado 5 de Abril, tuvo lugar la lectura del I Pregón de la Semana Santa, en el barrio de El Alquián, lo que supone un motivo de gran alegría entre todos los fieles y cofrades del barrio. Dicho pregón, corrió a cargo de María Jesús Lorente Navarro.



I PREGÓN DE SEMANA SANTA

Estimados hermanos en Cristo, Señor Párroco:

Quiero comenzar diciendo que es para mí un honor poder leer esta tarde este pregón, gracias por darme esta oportunidad y espero que mis palabras puedan expresar realmente lo que quiero decir con ellas.

Me gustaría dirigirme a los que están presentes aquí y tantos otros que por uno u otro motivo han faltado a la cita. Quiero dirigirme a todos los que el cielo ha regalado el presente de sentirse cristiano y cofrade y de compartir el sentimiento y el fervor de estas fechas tan señaladas.

Faltan ya pocos días, para que todos engalanemos nuestros corazones y la espera de tantos cofrades durante un año, llegue de nuevo a su fin. Faltan pocos días, ya huele a incienso, a cera, ya redoblan los tambores y el recogimiento profundo inundará nuestras calles. Poco a poco se acerca el día y Nuestro Santísimo Cristo Redentor saldrá de nuevo a la calle con su madre, Nuestra Señora de los Dolores, a mostrarnos que tras su muerte llegará de nuevo el día de Resurrección. El verdadero motivo de nuestra alegría.

Todos esperamos, año tras año a que lleguen esos días en los que intentamos contribuir de la mejor manera que podemos, con nuestra hermandad. Para conseguir que otro año más, nuestro Cristo Redentor vuelva a pasearse por las calles de nuestro barrio. Y desde aquí, quiero intentar transmitiros, hermanos, que nuestro papel, ese papel que se nos ha encomendado, es mucho más importante de lo que nosotros creemos. Somos testigos y partícipes de la fe de Cristo en la calle. Nos hacemos presentes, en una catequesis viviente, en un evangelio vivo, que muestra nuestra fe en cada callejón, en todos los rincones, para que todo el mundo sepa que, Ese, a quien llevamos sobre nuestros pies, murió y resucitó por todos nosotros. Y nuestro deber  es proclamarlo al mundo cada Semana Santa y vivir la alegría de ser cristiano todos los días del año.

Hace ya muchas primaveras, que un grupo de jóvenes, decidimos hacernos cargo de la imagen del Cristo que desfilaba el Viernes Santo por las calles del barrio. Era una procesión humilde. Unas andas, unas cuantas flores y mucha devoción. A partir de ahí fue gestándose la idea de crear una hermandad, una cofradía para organizar el desfile procesional de cada Viernes Santo.

Pocos medios, mucha ilusión y una meta común. Nos conocían por “los niños”, y después de algunos años pudimos ver el fruto de aquel trabajo cada Semana Santa. Ha sido un tiempo difícil, para la hermandad, una travesía llena de obstáculos, de retos, pero con un objetivo claro que al final hace que todo llegue a buen puerto. Con sufrimiento, pero con alegría, sin perder de vista la verdadera meta tras el lento caminar. Ofreciendo el trabajo como ofrenda, como “todo” a cambio. Poder llevar al Rey de los cielos sobre sus hombros y ser sus pies cada primavera.

Hombres, mujeres y niños, cada uno ofreciendo su granito de arena para hacer el camino, el recorrido de la hermandad más sencillo, más llevadero. Eso es el trabajo de una hermandad. Desde el principio muchos son los que se han implicado, durante el recorrido de la cofradía en estos años.

El caminar de una hermandad es como el de sus costaleros, lento, seguro, paso a paso, siempre de frente. Soportando el peso pero con la recompensa del trabajo realizado al final. Discurriendo el caminar con paso largo, elegante, por anchas avenidas. Otras veces, por callejones estrechos y con poca luz. Pero al igual que el desfile procesional, todo termina teniendo su encanto. Y todo termina enriqueciendo el plano humano de la hermandad. Es ese trabajo duro, esas dificultades, las que hacen crecer a las personas que son el motor de esta hermandad. Al final todo se saca adelante con trabajo. Ese trabajo que muchas veces no se ve y que pareciera que solo se mostrase el Viernes Santo. Aunque éste casi siempre venga de lejos, desde años atrás. Un trabajo que a menudo, pasa desapercibido por muchos, no se oye, no se ve, pero que sin el, cada estación de penitencia sería imposible. Para un cofrade, es Semana Santa cada uno de los trescientos sesenta y cinco días al año. Desde que Cristo Resucita, hasta que Cristo Resucita.

Pero estamos de nuevo aquí, y otro año más, ya huele a cera, a incienso. Ya se oye el arrastrar de las zapatillas en el silencio de los ensayos. Ya anuncian los timbales que el paso se acerca. Tres golpes de martillo que llaman al recogimiento y la voz del capataz que guía en su caminar a esos 20 corazones trabajando al compás. Rezando con los pies como si fuesen uno solo, aliviando en silencio el peso al compañero, al amigo, al hermano. Sabiendo que la meta es el camino y que su esfuerzo alivia el sufrimiento de los demás y recibiendo en la penitencia su propia recompensa.

Ya huele a penitencia. Ya se mezclan los sentimientos encontrados. Tristeza, alegría, pasión, … y la alegría de saber que no tardará en resucitar.

No dejará la hermandad su caminar cada año. No dejará de mostrar a todos que Cristo muere cada primavera para resucitar después y llenarnos de júbilo.


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